
11 de octubre de 2025
Cada 11 de octubre, el Día Mundial contra el Fracking pone en evidencia los riesgos ambientales, sociales y sanitarios de esta técnica de extracción de gas natural. El fracking —o fractura hidráulica— consiste en inyectar grandes volúmenes de agua, arena y productos químicos a presión en el subsuelo para liberar gas atrapado en formaciones rocosas. Aunque se presentó como una “solución energética”, sus consecuencias lo han convertido en una amenaza creciente para el medio ambiente y las comunidades locales.
El despliegue del fracking implica una serie de efectos colaterales que afectan directamente a los recursos naturales y a la salud de las personas:
Consumo y contaminación del agua: cada pozo puede requerir hasta 20 millones de litros de agua. Este volumen, combinado con los químicos empleados, contamina acuíferos y reduce la disponibilidad de agua dulce.
Toxicidad y enfermedades: se han identificado más de 700 compuestos químicos en el proceso de fractura hidráulica, muchos de ellos asociados a mayores riesgos de cáncer, malformaciones y afecciones respiratorias.
Riesgos sísmicos: la inyección de fluidos en el subsuelo puede alterar la estabilidad geológica, incrementando la probabilidad de movimientos sísmicos en las zonas cercanas.
Emisiones de metano: al liberarse gas natural, también se emite metano, un gas de efecto invernadero con un poder de calentamiento global muy superior al del dióxido de carbono.
Lejos de representar una alternativa sostenible, el fracking ha demostrado que su coste ambiental supera con creces cualquier beneficio económico. Contamina fuentes de agua, destruye hábitats, agrava el cambio climático y perpetúa la dependencia de los combustibles fósiles. A nivel social, genera conflictos territoriales y de salud pública en las comunidades más vulnerables.
La buena noticia es que la Unión Europea ya ha iniciado planes para su eliminación dentro del marco del Pacto Verde, reforzando el compromiso hacia una transición energética basada en fuentes limpias y renovables. Este paso refleja un cambio de paradigma: el futuro energético debe construirse sobre la eficiencia, la innovación y el respeto por los límites del planeta.
En definitiva, no existe un modelo sostenible que dependa de la destrucción de los recursos que garantizan la vida. En New Value creemos que la energía del futuro no puede hipotecar el agua, la salud ni la tierra. La verdadera transformación comienza cuando elegimos proteger lo que nos da sustento.